jueves, 11 de noviembre de 2010

Invencible


No soy una persona violenta, demasiado reflexivo y un tanto apocado raramente muestro mis emociones en público y mucho menos doy muestras de ira de forma visible y ostentosa.

Así sólo he tenido un par de lo que se podrían llamar enfrentamientos físicos, excluyendo, por supuesto, los típicos entre hermanos. El segundo puedo presumir que fue por defender el honor de una dama y no pasó de unos forcejeos intentando propinar algún golpe y que di por concluido cuando decidí que sin las gafas, que previamente me había quitado, no veía tres en un burro y que eso no eran formas.

La primera pelea también fue por un motivo noble, un día mi hermano pequeño que por aquel entonces tendría unos cinco años subió a casa llorando porque “unos chicos mayores le habían pegado”, decido bajé a la calle pensando que me enfrentaría a unos muchachotes que me doblarían en edad y tamaño pero resultó que eran aproximadamente de mi edad y estatura por lo que me decidí a pedir explicaciones al que parecía el líder del grupito. Este no parecía especialmente propenso a pedir disculpas cosa que deduje por el modo en que cerraba el puño y lo blandía hacia mi cara y cuando el golpe fatal era inminente simplemente... me aparté.

El puño golpeó el aire donde antes estaba mi cabeza, aquel chico estaba anonadado y visiblemente furioso y parecía decidido a darme una buena tunda, volvió a lanzarme el puño y de nuevo lo esquivé retrocediendo, el pequeño granuja estaba cada vez más furioso y lanzaba golpes a diestro y siniestro que yo a mi vez esquivaba una y otra vez. Su cara se iba poniendo cada vez más roja, tal vez por la ira o quizá por la vergüenza ya que sus compañeros de camarilla empezaban a verle la gracia al asunto. Finalmente descargó contra mi cara lo que, de haber alcanzado su meta hubiera sido probablemente un golpe mortal pero nuevamente esquivé su puño que fue a dar contra la pared hasta la que había retrocedido. Allí acabó todo, mientras se agarraba su ensangrentada mano decidí que pies para que os quiero y que allí no se me había perdido nada y en dos zancadas corrí hasta mi casa.

Todavía no entiendo cómo conseguí salir ileso de aquella situación pero aquel día me sentí como los personajes de los tebeos que leía.

Viñetas recomendadas: 100 balas de Brian Azzarello y Eduardo Risso

Mi vida se había ido por el retrete, sin trabajo, sin dinero, con los de la condicional encima mío, una ex que me quería lo más lejos posible de mi chaval y encima este careto lleno de cicatrices que no miraría dos veces ni una ramera yonqui.

Pero ahí estaba ese viejo trajeado con el maletín negro, tenía pinta de exmilitar y una mirada que enfriaría el culo de Satanás. Abrió el maletín y pude ver su contenido, una pistola y cien balas junto a un sobre.

-En ese sobre están las pruebas de que todo lo que te ha pasado el último año no ha sido cosa del azar, hay un responsable y en esa maleta están los medios para que pague -dijo el “Agente” Graves acercándome el maletín-. Esa pistola y las cien balas son irrastreables, la policía no sabrá quién disparó ni qué arma fue, las pruebas se volatilizarán o se perderán en una maraña de burocracia, nadie te culpará, nadie te perseguirá. Tuya es la decisión de vengarte del que te ha arruinado la vida o seguir adelante lamentándote el resto de tu vida por no haber tenido huevos para hacerlo.

Miré su pétreo rostro con arrugas cinceladas, cogí la maleta y me marché.

Estuve días dándole vueltas al asunto, cogía la pistola, la cargaba y luego la volvía a descargar. Tenía un objetivo pero no estaba seguro de poder alcanzarlo.

El dibujo es muy expresivo, dinámico y con profundos contrastes de negro

Y entonces llegó el otro tipo, se presentó en mi puerta como si me conociera de toda la vida. El señor Shepperd también tenía ese aire marcial pero se le veía quemado, además me dio la impresión de que era de la acera de enfrente; me soltó no se que historias sobre una guerra de los tiempos de maricastaña cuando los primeros colonos llegaron a este gran país, un rollo sobre milicianos, un grupo llamado El Trust y unos soldados llamados Minutemen, cómo habían moldeado la historia de este país, alzado reyes y derrocado gobiernos, mencionó un par de veces la palabra magnicidio. Me dio la impresión que no se llevaba muy bien con el otro viejo. Pero todo lo que dijo no me importaba una mierda, sólo me preocupaba el frío peso que tenía en mi bolsillo.

Luego las cosas empezaron a ponerse raras de verdad, tenía una idea dando vueltas por esta cabezota mía, recordaba algo pero no sabía qué. Registré cajones y muebles y rebuscando entre las cosas de mi chico apareció una pila de tebeos, esa basura que solía leer a escondidas, uno de ellos me llamó la atención, se titulaba 100 Balas y lo escribía un tal Brian Azzarello, basura blanca de Cleveland, los dibujos era de un argentino llamado Eduardo Risso. Los dibujos estaban bien, con mucha sombra y los tipos le salían muy expresivos y bien caracterizados, no se mucho de dibujo pero este tío sabía lo que se hacía, además las nenas las hacía cañón de verdad. En la portada ponía que lo editaba el sello Vértigo pero se veía que la editorial era DC, la misma que publicaba esa porquería de tíos en mallas como Superman y Batman. Supongo que era para distinguir al público porque ponía un cartelito de “Recomendado para lectores maduros”.



Cae el telón tras 100 números

El título me intrigaba así que leí un poco y un sudor frío me recorrió la espalda, allí estaba el “Agente” Graves y el Sr. Shepperd, también estaba Dizzy Cordoba, la tía buenorra del barrio que acabó en la cárcel y a la que le mataron a la familia. Estaba el inútil de Lee Dolan al que se la liaron bien con el asunto aquel de los niños.

Y estaba el maletín con las cien balas.

Devoré número tras números, la historia se iba complicando cada vez más, al principio parecía que iba de gente a la que le daban el maletín, pero todo se enmarañaba con todo eso de El Trust y los Minutemen, cada vez aparecía más gente, como MiloGarret, el detective de la cara vendada o esa bestia de Lono, muchos de los milicianos eran reactivados para una guerra de clanes.

Era absorbente, complicado pero muy bien escrito, con esas frases cortantes que usan los capos del barrio y una ambientación urbana muy real, se notaba que el escritor conocía las calles y lo que se movía por allí. Se podía oler el humo y el sudor de los bares y casi se oía la música, blues y jazz no esa mierda hip-hop y Hanna Montana que oyen los chavales hoy en día.

Llegué al final, 100 números, como las 100 balas del título. Casi había olvidado que eso que leía estaba calcado de mi propia vida pero me daba igual. Ese tebeo me había enseñado si merece la pena matar por venganza y qué nos impide hacerlo y lo que ocurre cuando no hay consecuencias. Que existen poderes en la sombra que lo manejan todo y que no somos más que peones en el ajedrez de la vida.

Salí de casa decidido, el hierro de mi bolsillo ya no me pesaba tanto y su tacto era ahora cálido. Entré en la guarida de aquel que había destrozado mi vida, estaba de espaldas a la puerta y no se inmutó cuando apunté el cañón a su nuca, si todas esas historias eran ciertas podría acabar con él y salir impune.

Entonces noté algo moverse a mi espalda. Cuando escuché el disparo tras de mi supe que aquel tipo se equivocaba, sí que hay consecuencias. Vaya si las había.