jueves, 20 de agosto de 2009

Películas clásicas que me marcaron

Hace muchos, muchos años, en televisión se emitía cine clásico... y en horario de máxima audiencia. Entonces sólo había dos canales y uno de ellos, que emitía en UHF (lo normal hoy en día) o se veía mal o no se veía. Eran los tiempos de Sábado Cine, La Clave, Primera Sesión, Mis Terrores Favoritos, Con “H” de Humor y Cine Club con sus ciclos dedicados a actores o directores. Ciclos maravillosos como los dedicados al melodrama, al musical, al cine negro o a Alfred Hitchcock que supongo no había género lo suficientemente grande para abarcarle.


Los que tuvimos la suerte de vivir está época pudimos disfrutar de lo mejor del cine clásico y, por qué no admitirlo, de lo mejor del cine. Algo a lo que directores, productores y guionistas actuales deberían mirar y sentir vergüenza de si mismos.


Eran tiempos más inocentes para mí, cuando todas las películas eran en blanco y negro porque no se emitía en color o, más tarde, porque un televisor en color era un lujo que tardaría en llegar a casa. Cuando hoy en día uno está ya curtido tras ver miles de películas es difícil que ir al cine se convierta en una experiencia nueva, que algo pueda sorprendernos, asustarnos y, mucho menos, impactarnos. Pero entonces, cada película se convertía en un momento maravilloso y las sensaciones que me invadían eran nuevas y profundas, en ocasiones dejando una huella que, a día de hoy, sigue imborrable.

No son todas pero sí las que mejor recuerdo.

“La mujer del cuadro” es todo un clásico del cine negro con un Edward G. Robinson que, habiendo nacido para encarnar a un gangster, en esta película era un pobre hombre enredado por la mujer cuyo retrato observa todos los días, así se verá involucrado en una oscura trama. La película se estrenó con el novedoso recurso de un cartel rogando al público que no revelase su final. Un final que, aunque probablemente no empleara una argucia original, sí que lo utilizaba como giro final inesperado. Y vaya si lo sería para mí que todavía lo recuerdo como una sorpresa.

Por favor, cuando vea la película no cuente a nadie el final

“Capitanes intrépidos” despertó en mí la pasión por las aventuras, historia de duros marineros con corazón de oro, todavía recuerdo la canción que Spencer Tracy cantaba a su joven pupilo pero lo que realmente me marcaría sería la escena donde Tracy encuentra su final.


Con “Furia” volvería a encontrarme con Tracy y Lang en otra impactante película en la que un buen hombre se ve arrastrado por las casualidades y es linchado por una jauría humana. El posterior juicio contra esa gente y una inesperada aparición hacen un maravilloso retrato sobre la humanidad y lo peor de ella.


“Caravana de mujeres” no soló significaría mucho para mí, se convertiría en todo un fenómeno social haciendo que en nuestro país se reprodujeran diversas “caravanas de mujeres” en busca de un marido. Es una película que recuerdo con especial cariño ya que mi padre, poco o nada aficionado a ver películas, la disfrutó como nunca había visto en él y se pasó días riéndose rememorando a “cara-caballo”.


“La invasión de los ladrones de cuerpos” no pude terminar de verla en su día pero la escena en la que las famosas vainas se abren expulsando cuerpos humanos copiados alimentó mis pesadillas una buena temporada, años después pude verla completa y descubrí que la película seguía resultando inquietante y aterradora.

Mucho me temo que no es una lechuga

Con “Los crímenes del museo de cera” me ocurrió algo parecido, cuando la vi me dio auténtico terror y todavía me acuerdo como intentaba ignorar la pantalla del televisor haciendo como que leía un tebeo. No sirvió de nada y aquella noche fue de pesadilla, para más inri todas las semanas viajábamos al campo y al pasar al lado de el Cerro de los Ángeles me encontraba con un cartel que anunciaba el museo de cera de Madrid lo cual sólo servía para despertar mis terrores nocturnos.


“La mosca” y “El increíble hombre menguante” son otras dos películas que el genial Narciso Ibañez Serrador tuvo el buen gusto de ofrecer en “Mis terrores favoritos” para mayor prejuicio de mi asustadiza persona. Si la escena de “La mosca” en la que la esposa quita la capucha a su mutado marido ya es terrorífica el final, con la mosca con rostro humano rogando por su vida, es para dejarle a uno hecho polvo. De “El increíble hombre menguante” no he olvidado la escena del gato o la de la araña.

"Cariño, no es lo que parece"

“Tarzán de los monos” con el único y verdadero Tarzan que nos ha dado el cine es otra película inolvidable. “Angawa” y “yuyu” siempre estarán en mi vocabulario. Tanto me gustaban las películas de Weissmuller que en una ocasión fingí encontrarme enfermo para no tener que ir a clase por la tarde y poder ver una de sus películas.


De "El asombro de Brooklyn" no puedo olvidar el día que la vi, un 24 F en el que, por razones que no terminaba de entender, las televisiones habían dejado de emitir su programación habitual y no había colegio “por si acaso pasa algo”. Afortunadamente no pasó nada tan malo como podía haber ocurrido y pudimos disfrutar de Danny Kaye boxeando al ritmo de El Danubio Azul.


De “Psicosis” poco hay que decir. La escena de la ducha ha alimentado las pesadillas de varias generaciones y, en mi caso, no fue menos. Aunque lo que realmente me marcó es la escena final con un Norman Bates recluido del que ya no queda nada excepto la desquiciada mente de su madre.


También la comedia dejó recuerdos inolvidables, “La fiera de mi niña” es una película modélica de principio a fin, aunque lo que yo más recuerdo es a Katherine Hepburn con el tigre equivocado mientras Cary Grant canta aquello de “todo te lo puedo dar menos el amor, baby”


Todo el mundo conoce a Chaplin, Buster Keaton o El Gordo y El Flaco pero quizá no todos conozcan a Harold Lloyd ya que sus películas (por una cuestión de derechos) no son tan emitidas. Sin embargo en mi infancia se emitió un programa llamado algo así como “El mundo de Harold Lloyd” que ofrecía un refrito de escenas de sus películas. Ahí me aficioné a este actor pero cuando emitieron un ciclo sobre él y pude ver “El hombre mosca” caí rendido. Creo que nunca me he reído tanto pasándolo mal.


"Ay, que me caigo" Ah, no, que esa era otra.

Afortunadamente para mí, cuando vi por primera vez “La semilla del diablo” no supe entender del todo su título (más bien el ridículo título con que se estrenó en España) y pude llegar al final sin prever lo que iba a ocurrir. Evidentemente la sorpresa fue mayúscula y la dichosa canción de nana de los créditos finales me daría no pocas noches de sudores fríos.


Finalmente no puedo dejar de recordar la malsana “¿Qué fue de Baby Jane?”, no he podido olvidar su perversa trama y lo retorcido de su desenlace. Una de esas películas que atraen por lo desagradable y enfermizo de sus personajes.


Cómo destrozar el final de una película desde la carátula de un DVD

Hay más, muchas escenas que han quedado guardadas en mi memoria como aquél hombre perseguido por una avioneta, ese otro que caía muerto tras una agonía después de que un supuesto oftalmólogo le pusiera unas gotas en los ojos, “ron, ron, ron, la botella de ron”, los niños clonados de Hitler, la chica cuya cabeza daba vueltas, el principio de una gran amistad, Rosebud, un cohete llamado Calabuch, la “probe” chica convertida en dama, la Estatua de la Libertad enterrada en una playa...